Ella se ofrece una última mirada de femme fatal frente al espejo. Luego se sienta en el banquito laqueado para desanclarse los zapatos rojos de cuero y taco aguja. Al cinto lo engancha en el toallero del bidet; el mismo lugar en donde hace instantes colgó el saquito de terciopelo y botones dorados, y el echarpe de tul.
Con la mano derecha, desliza el cierre del costado de la minifalda que dejará caer dócil sobre las baldosas de granito. Permanece un instante admirando con deseo canino sus aterciopeladas piernas firmes. Entonces desenrolla las medias pantys de red y las guarda con cuidado en la cartera para que no se enganchen; el nylon suele ser muy corredizo.
Se para. Las perlas del collar se extravían en el surco infinito del escote. Desabrocha uno a uno los cinco botones de la blusa roja de seda (un rojo poco menos fuerte que el de los zapatos y el del cinto, pero tan en combinación como el resto del ajuar). Queda expuesto el corpiño negro de encaje, la purpurina salpicada en el pecho, el corsé de ming.
Con una mordida húmeda de labios, imprime en un pañuelo blanco de papel tissue, el anteúltimo vestigio de ese rouge, en esa boca, en esa noche.
Entonces impregna con un líquido verde, un algodón que aprovecha para deshacer el polvo de las mejillas, de la nariz, del mentón. El espejo le devuelve ahora, una cara de pintura corrida y labios pálidos. Luego es el turno de los brillitos de estrella, de los restos del labial, del rimel, del delineador, y todo se reduce apenas a un bollo de papel manchado en el tacho de los desperdicios.
Entre el desprendimiento de las pestañas postizas y la remoción del pegamento que la une a las uñas de plástico, pasa no más tiempo que el que le lleva guardar las pestañas en su cajita marrón claro, casi ocre, y las uñas en otra de color bordeaux.
Unos minutos después, y con la yema de un dedo índice sin uña, desprende la lente de contacto azul de su ojo derecho, desajusta el corsé, se despide del corpiño de tazas noventa y cinco y de los implantes push-up de silicona, guarda la peluca rubia en una bolsa gris, la dentadura postiza en un vaso con formol y así, completamente desnuda, se dispone a abrir la puerta.
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12 comentarios:
Creo haberte entendido...las gracias son por más que eso.
Por otro lado, dejaré de leerte. Solo por miedo a seguir descubriéndome en cada texto. Tú. Y tu maldita "identidad de los demonios".
Un abrazo, Nico.
Casi casi así se sienten algunas noches después de la actuación que es maquillarse...
agudísimo...muy bueno
No tengo ninguna sensación clara, sólo un par de pinceladas de matices hechos uno en este texto.
Te confieso que a veces apago la luz para no verme; cuánto más fácil y más hipócrita sería un mundo sin espejos no crees?
En fin, un gusto encontrarte.
Muy buen texto. Felicitaciones.
Raquel Fernández
http://raquelgfernandez.blogspot.com/
Muy buena descripción... paso a paso y lentamente. Luego aparece un final totalmente liberado a las alas imaginarias del lector...
Felicitaciones
y al final todo se reduce a eso, no?
a enmascararse y mostrar al mundo una imagen distorsionada, mejor, mas todo, de lo que realmente se es
(¿y acaso no se es eso también?¿esa otra version mas pulida? )
si el espejo tuviera una camara, la cantidad de paparazzis y programas de rial que se podrian filmar!
qué buena desintegracion de personaje para convertirse en otro. Muy visual, exageradamente visual.
Saludos, Vanina
A veces a mi me pasa como lo que comento Flor mas que nada cuando llego a casa desp de una noche de salida prolongada y de bebidas varias jeje prefiero no verme la cara y hago todo a oscuras hasta desmayarme en la cama jejeje igualmente pense q lo que escribiste venia con otro tipo de final ,,,,
Expuesta hasta la crueldad esta triste mujer. Es tan bueno el cuento que me terminó dando mucha pena.
te sigo leyendo
beso
Adria.
me parecio muy bueno,
como se hace para describir con poesía algo cotidiano?
hermoso, y si despues te queda un gustito amargo de tristeza en la garganta.-
MARINA
Muchas mujeres (y hombres, porque no), padecen del síndrome de "PLAYMOBILISMO", o, sea son desarmamables, ajustables, reversibles, intercambianbles y hechas al antojo de la sociedad de consumo, que finalmente te consume, te fagocita y te vomita en la cara que para pertenecer, no tenés que SER, sino PARECER. que paradoja...
La descripción es impecable, las máscaras, saber quién se es, quién se desea ser, el desencuentro, la soledad. El tema de la feminidad como construcción de género y su misterio.
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